El desánimo
El desánimo
Somos montón los mexicanos descontentos. Imposible saber cuántos pero es fácil intuir que no somos pocos. Donde quiera brotan versiones de un mismo sentimiento: frustración, desánimo, enojo. Indignación. Gente encabronada. Decepción entre quienes admiten haber votado por la derecha panista en 2000 y 2006 o por la derecha priísta –los menos– en 2012. Aunque no falta el que se ufana de “haber ganado” a quienes criticamos o cuestionamos a su presidente; algunos son burócratas, empleados o proveedores que hacen negocios con el gobierno y lo cierto es que ninguno es pobre o necesitado. No falta entre quienes se ufanan de las victorias de Calderón y Peña –y que se burlan de todo lo que se les oponga– aquel que suele gastarse en un fin de semana en Las Vegas lo que muchos ganamos en un año.
Somos montón los mexicanos descontentos. Imposible saber cuántos pero es fácil intuir que no somos pocos. Donde quiera brotan versiones de un mismo sentimiento: frustración, desánimo, enojo. Indignación. Gente encabronada. Decepción entre quienes admiten haber votado por la derecha panista en 2000 y 2006 o por la derecha priísta –los menos– en 2012. Aunque no falta el que se ufana de “haber ganado” a quienes criticamos o cuestionamos a su presidente; algunos son burócratas, empleados o proveedores que hacen negocios con el gobierno y lo cierto es que ninguno es pobre o necesitado. No falta entre quienes se ufanan de las victorias de Calderón y Peña –y que se burlan de todo lo que se les oponga– aquel que suele gastarse en un fin de semana en Las Vegas lo que muchos ganamos en un año.
Los alzados de Michoacán y Guerrero, creo, son eso: gente harta, enojada, que un día dijo ya estuvo bueno. Rompieron el cartabón de la indolencia inoculada a diario por los medios, allí la televisión, y decidieron jugársela porque estaban hartos de ser víctimas propicias de una recua criminal. Eso, al gobierno priísta de Peña, ni gusta ni conviene. Con un año de gobierno presunto (porque en realidad no ha hecho más que ahondar el rechazo de la gente con sus “reformas estructurales” mientras simula campear los grandes problemas nacionales), cuyo saldos son exactamente antagónicos a los floridos discursos oficiales y sobre todo a una costosísima, infamante campaña de bombardeo propagandístico en los grandes medios de comunicación tan amigos siempre del gobierno y que, de hecho, operan como su brazo mediático, Enrique Peña Nieto ha sido incapaz de solventar escollos históricos, como desnutrición, analfabetismo funcional o violencia, y ha provocado en cambio un borrascoso panorama nacional en materias primordiales para el futuro inmediato como la educación o la seguridad pública. Allí la pésima gestión de Emilio Chuayffet Chemor como secretario de Educación; ejemplo señero millones de libros de texto plagados de gazapos.
Si la educación está entrampada, el resto del país asoma visos de tragedia. Mucho se habla de Michoacán, pero poco se dice que situaciones similares, de abandono de poderes, de territorios enteros en manos de criminales violentos que despojan a la gente de sus casas, de sus ranchos, se roban a sus mujeres, violan a sus hijas, cobran derecho de piso por tener una carnicería o diez metros de fachada de casa o dos coches en la cochera, de vivir en completa angustia y con miedo todo el tiempo en Tamaulipas, Guerrero, Oaxaca, Durango; en rincones de Nuevo León, Veracruz, Zacatecas, Quintana Roo o Tabasco. Y Enrique Peña aparece, en cambio, perfectamente avituallado por los productores televisivos con bien calculados encuadres, el maquillaje adecuado y una iluminación exacta, repitiendo sandeces de utilería desde luego escritas por otros, por sus presuntos estrategas de medios que no buscan sino tapar el sol con un spot. Que la economía está controlada. Que los procesos productivos del país están en marcha. Que el hambre o la violencia son, como siempre para esos infelices atildados del gobierno, una mera cuestión de percepción, un error de histeria colectiva, una mentira de los eternos inconformes que somos detractores del gobierno. Pero Peña no paga los aumentos a los combustibles que nos ha estado asestando arteramente; él no conoce, resguardado por gruesos blindajes y miles de guardaespaldas, lo que es una balacera en la calle o un narcobloqueo o simplemente tener que pasar un retén de la policía o del ejército. A él no le cierran el paso las camionetas de los marinos ni lo insultan si reclama. Él come rico y caliente y abundante y variado. Y en cuanto a educación, bueno, sabemos que no lee aunque de pronto le brote en el discurso la palabra “cultura”.
Los medios, en cambio, la televisión acaudillada por Televisa y TV Azteca, beneficiarias del régimen de la mentira y la simulación con cuantiosos contratos publicitarios y concesiones, inventan un país falso, inane, imbécil, que se entretiene con fórmulas manidas, repetidas hasta el hartazgo o con expresiones facilonas, vulgares, de lo que sus dueños, productores y ejecutivos entienden por humor o música popular. Pero sobre todo cumplen primorosamente con la función perversa de mantener a la mayoría de su público no solamente desinformado, sino desinteresado, apático, indolente, para que este país siga resultando filón de pocos a pesar de que alguno debería estar hace rato en la cárcel.
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