COMO HUMILDE HOMENAJE AL GRAN GABO. Por Patricio Monero



Como humilde homenaje al gran Gabo, recupero este texto que publiqué hace años en Milenio Diario.
Contar para vivirla: biografía de un personaje de ficción, carne y hueso.
Por Patricio
A pocos días de haber salido a la venta, Vivir para contarla, la autobiografía de Gabriel García Márquez – Gabo para sus amigos– ha vendido casi un millón de copias y acaparado la atención del mundo cultural. Quizás debido al frenesí causado por las memorias noveladas del autor de Cien años de soledad, la aparición de la autobiografía del escritor y aventurero de Altolucero, Veracruz, Gabriel Márquez Gracia, Vago para sus cuates, titulada Contar para vivirla y editada por él mismo, ha pasado prácticamente desapercibida.
Contar para vivirla es un libro breve, de apenas 85 páginas. “ Es que casi no me han pasado muchas cosas –apuntó el autor durante la presentación de la obra en la cantina El lado Profundo del Vaso, del Puerto de Veracruz–. Pero lo poco que me ha pasado, me ha pasado por encima. Y por eso escribí el libro”. Gabriel Márquez Gracia, como su nombre lo señala, tiene gracia para contar la serie de historias absurdas e increíbles que conforman su desordenada, insólita y peculiar existencia. La historia comienza con su inesperado nacimiento a los once meses de embarazo de su madre, Lichona; inesperado porque nadie se había dado cuenta de que Lichona Gracia estaba embarazada. “ Ni yo me había enterado de mi estado; el muchacho ni una patadita dio, ni pío dijo. Y así fue siempre Grabielito. Tranquilo y discreto ha sido siempre Grabielito.Tan quietecito que uno ni cuenta se da que ahí está, pero ahí está y no se le va una. Mi abuela decía que los peores son los calladitos porque traen la música por dentro. Y Grabielito traía por dentro a una banda entera; a la sonora matancera y a la sonora dinamita juntas traía este cabrón”.
Los presentadores del libro fueron tres escritores de ligas mayores que Gabriel Márquez conocío durante sus correrías por el mundo. Salman Rushdie, quien apareción sin previo aviso en la cantina acompañado de un discreto cuerpo de seguridad, el premio Nobel chino Gao Xingjian – a quien Vago llama cariñosamente Ca-gao Chingan– y el famoso autor norteamericano Paul Auster, que se dio tiempo para acompañar a Vago, “ quien encarna todo sobre lo que yo he escrito a lo largo de mi vida: el asombro, el azar y la desesperante maravilla de lo inesperado. Gabriel Márquez Gracia no nació de madre y padre, yo lo inventé.”
Salman Rushdie, con unos toritos de cacahuate encima y muy animado, contó cómo conoció a Márquez Gracia en los barrios bajos de egipto. “ Vago y yo nos reuníamos en una taberna clandestina a tomar Whiskey escocés con café árabe y a escribir versos pícaros e irreverentes. A veces los escribíamos en el baño, a veces en cuadernos, y yo acabé haciéndolo en un libro. Pero no culpo a Vago por mi situación. Por cierto. ¿ Saben de la vez en que Vago decretó la Fatwa en contra del Ayatola Jomeini, y se internó en Irán con un comando de poetas y amigos de farra para ejecutar al líder de la revolución islámica? ¡ Y casi lo logra, de no haber sido por el pinche camello! Pero, mejor no se los cuento, porque de eso se va a tratar mi próxima novela”. Y con eso concluyó su intervención el autor de Furia, dejándonos a todos picados mientras el aludido sonreía con mirada ingenua y misteriosa.
Gao Xingjian contó que conocío a Vago jugando ajedréz en una plaza del barrio latino de París. “ Vago se apostaba cerca de la Sorbona y se hacía pasar por comandante zapatista para apantallar, y a continuación seducir a las jovencitas francesas, de espíritu contestatario y ávidas de experiencias revolucionarias . Y con frecuencia se salía con la suya. Para tener más éxito, tradujo al francés y se aprendió de memoria la célebre arenga del subcomandante Marcos ¿ De qué nos van a perdonar?, que les recitaba a las combativas francesitas de camino al hotel Austerlitz, en donde tenía sus cuarteles generales. Vago fue quien me animó a escribir La Montaña del alma, gracias a la cuál obtuve el premio Nóbel. Yo había dejado de escribir para dedicarme de lleno a la pintura. Un cierto día, al terminar el coctel de inauguración de una muy modesta exposición de mis obras, Vago me jaló del brazo y me dijo: ¡ Cagao, déjate de mamadas! Como pintor eres un excelente novelista. Y así fue que decidí guardar los pinceles y retomar mi novela. Debo decir en honor a la justicia que el premio Nóbel se lo debo a Vaguito”.
Paul Auster no se quedó atrás, y contó la fabulosa historia, que juró es verdadera, de su encuentro con Vago en Brooklin durante la filmación de la cinta “ Smoke”. “ En la cinta- comenta el escritor de Leviathan y La trilogía de Nueva York- Auggie, personaje interpretado por Harvey Keithel, quien por cierto no pudo venir pero envía sus parabienes para Vago y su familia, usa todos sus ahorros para comprar un cargamento de puros cubanos de contrabando y planea hacer un gran negocio. Para filmar podíamos haber utilizado cualquier marca de habanos, pero tanto el director Wayne Wang ( autor del prólogo del libro de Márquez Gracia) como yo somos unos obsesos de los detalles y nos aferramos a conseguir verdaderos puros cubanos de contrabando. Preguntando aquí y allá, dimos con un supuesto cubano llamado, si no mal recuerdo, Albito Rodríguez, quien nos ofreció dos cajas de los mejores y más auténticos habanos Cohiba por el mejor precio del mercado. Nosotros, gringos al fin, le creímos y le compramos toda la mercancía. Desde ese día, Albito no se nos despegó, y permaneció junto a nosotros durante todo el rodaje, haciendo sugerencias, dirigiendo a los actores, reescribiendo el guión cuando era necesario y hasta actuando. Él es quien aparece detrás de Lou Reed en una de las primeras escenas. Es más, Albito fue quien finalmente editó la película mientras Wayne y yo filmábamos la secuela Blue in the face. En fin, el asunto es que, cuando estábamos filmando la escena en que los famosos habanos se mojan por culpa de Rashid, los puros se nos mojaron de verdad por culpa de un muchachito que habíamos empleado como auxiliar de producción, y que en la vida real se llamaba Rashid. Eso, además de una coincidencia digna de mejor momento, significaba perder mucho dinero; dinero que nos hacía falta para terminar la edición. Al vernos desesperados, Albito nos consoló con la noticia de que no se llamaba Albito sino Gabriel, que los puros cubanos eran en realidad de San Andrés Tuxtla, Veracruz, que no valían ni la vigésima parte de lo que habíamos pagado por ellos, que nos regresaría nuestro dinero porque éramos sus hermanos y que nos prestaría para la posproducción trescientos mil dólares que le debía el alcalde Rudolph Giulinni por un cargamento de puros Montecristo que iba a repartir entre los policías y los bomberos de Nueva York”.
En Contar para vivirla, Gabriel Márquez Gracia nos lleva desde su infancia en Alto Lucero ( fue novio de Paquita la del barrio en el kinder, y hay quien asegura que él fue quien a temprana edad inflingió a la del barrio la herida por la cuál supura y canta sus canciones de amor y contra de ellos), pasando por su auto exilio en un carguero noruego, el período en que fue asesor de Bill Clinton “en asuntos de faldas”, su visita a la estación orbital Mir, la cobertura que hizo de la guerra del golfo para una inexistente revista de chsimes de la farándula y su fugaz paso por la selección brasileña de futbol, hasta su milagroso escape de las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre, en donde trabajaba temporalmente limpiando los vidrios por fuera en un rudimentario andamio.
Contar para vivirla, al igual que la vida de su autor, no tiene desperdicio. El libro es bastante difícil de encontrar, pero vale la pena el esfuerzo de buscarlo, para vivirlo y contarlo.

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