Cuando el amor termina… Historias de divorcio en Colima #Especial

Cuando el amor termina… Historias de divorcio en Colima #Especial

Noemí Terrones*

Vestida de blanco como toda novia tradicional, Sonia se casó por el civil y por la iglesia. Su mamá, a quien siempre le ha importado el ‘qué dirán’, tiene la creencia de que lo que Dios une no lo puede separar nadie. Pero la joven, quien no conduce su vida por lo que piense la gente, fue la primera de la familia que —años después— decidió divorciarse.

Mientras acomoda las máscaras del negocio donde ahora trabaja, Sonia comienza a contar su historia.

“Mi exesposo era muy celoso, a tal extremo de que en mi casa yo andaba con mi short largo, chanclitas, blusita y molote; no me podía arreglar tantito porque ya estaba diciéndome que con quién tenía que quedar bien”

Su madre le decía que tenía que cumplir como esposa, así que siempre consentía las peticiones de José, su marido, con tal de llevar las cosas en paz. Si los padres de ella iban a visitarlos y en ese momento estaban peleando, el ambiente cambiaba, se mostraban contentos y actuaban como si vivieran felices, pero una vez que se retiraban los visitantes, de nuevo comenzaban las discusiones. Sonia nunca les contó nada a sus padres. Pensaba: “Yo decidí casarme y es mi problema”.


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El matrimonio vivió aparentando cosas que no eran. Siempre había problemas a causa de la desconfianza que él sentía hacia Sonia. “Fíjate, una vez mi hijo me regaló unas uñas y me las puse, pero José reaccionó casi como si me hubiera encontrado con otro en la cama. Cuestionó que para quién me las había puesto, que quién me había dicho que me las pusiera, que eran para ‘el otro’ y no sé qué más; total, hizo que me las quitara. Siempre nos peleábamos por sus celos absurdos”.

Sonia no era dueña de sí, no podía hacer ningún cambio en su apariencia física. “Ni la ceja me podía sacar”, recuerda con coraje. “Él era dueño de mi cuerpo, de la manera de vestirme, de cómo me tenía que peinar, de todo. Yo no podía ni salir a la calle; si quería visitar a mi mamá, ella le tenía que pedir permiso y si él quería iba, si no, no. Y cuando me dejaba ir, luego me lo echaba en cara”

Un día, la hija de Sonia le habló para ponerla al tanto de la situación en la que se encontraba su nieto, que estaba enfermo.

—¿Con quién chingados estás hablando? —gritó José, furioso, cuando descubrió a su esposa con el teléfono.

—Es tu hija —contestó la señora.

—A mí no me haces pendejo —replicó, arrebatándole el celular de las manos.
Pese a que una y otra vez Sonia le demostraba que estaba equivocado con sus celos, el hombre continuaba tratándola con agresiones, insultos, palabras altisonantes. “Me llegó a decir lo peor que te puedas imaginar y de puta no me bajaba”.

Un día ella sintió que la gota se derramó del vaso y de donde pudo tomó fuerzas para gritarle: “¿Sabes qué? Sí, ando con alguien más”. No era cierto, pero “si a ti te dicen ‘¿verdad que si traes gripa?’ respondes ‘No, no traigo’. Otra vez ‘¿Verdad que sí traes gripa?’ dices de nuevo que no, pero insiste: ‘¿Verdad que si traes gripa?’, entonces terminas por aceptarlo: ‘¡Sí, sí traigo!’ Sólo le dije lo que quería escuchar, era tanta su insistencia que al final le grité que sí”.

Al confesarle su supuesta relación con otra persona, José enfureció tanto que discutieron, gritaron y forcejearon. “Todo fue muy rápido. Él me tenía bien agarrada de los brazos y yo quería defenderme, entonces no sé cómo pero agarré un jarrón de vidrio, lo quebré y se lo puse en el cuello, pero en el forcejeo le corté un dedo, el dedo chiquito”.

A Sonia esta pelea le dejó cerca de 35 moretes en todo el cuerpo, “pero a él fue peor porque no podía mover su dedo”, evoca sin poder evitar la risa.

Después de esto, la mujer le pidió el divorcio y salió de la casa. “Me fui a vivir sola, no regresé con mis papás, porque fui hija por mucho tiempo, es más nunca dejé de serlo. Los más de 20 años que estuve con él fui como su hija, la única diferencia era que teníamos intimidad”.

Al día siguiente se dirigió a la Agencia del Ministerio Público, donde le tomaron medidas de los moretones y analizaron el caso. A pesar de todo, José no quería brindarle el divorcio a Sonia a menos de que renunciara a lo que por ley le correspondía. Los bienes comunes eran una casa valuada en 600 mil pesos, más dos camionetas, una Nissan y otra Courier.

—No te voy a dar nada —le advertía el hombre.

—Sabes qué, a mí dame nada más mi divorcio y quédate con todo. A mí no me importa el dinero —respondió la mujer con coraje.

—Pues no te voy a dar nada, porque nada mereces.

—No. Nada merezco. Cuando estuve contigo lo único que merecí fue ayudarte a ti y a tu familia en situaciones de enfermedad y recibir malos tratos de tu parte, pero no importa, quédate con todo. Vale más mi libertad que estarme peleando por una casa ¿Dónde te firmo?

La abogada le aconsejaba que no hiciera eso, que tenía que llevarse lo que le correspondía conforme a la ley, pero a Sonia lo único que le interesaba era no seguir peleando y vivir tranquila. “Ya llevo más de 20 años peleando y no quiero aventarme otro año de mi vida en este rollo, yo le firmo lo que sea para que me dé el divorcio”.

Así, se realizó un convenio donde ella renunciaba a todo y él firmó el divorcio, pero al tercer día, arrepentido, José le pidió perdón. “Me pidió que volviéramos, que todo lo que se hizo en la casa lo hicimos juntos y que fueron muchos años como para echarlos a la basura. Yo estaba tan dolida que ya no acepté”

—No quiero nada de ti, no quiero verte más en mi vida; quédate con todo y de lo único que me arrepiento es de haberte conocido —le dijo furiosa

—No seas así, perdóname, deja reconquistarte —contestó cabizbajo.

—Ya no, pudiste hacerlo durante tantos años y no lo hiciste y ahora quieres comenzar de nuevo, no creo que sea necesario —expuso, consciente de lo que quería en su nueva vida.

Sonia, una mujer de 40 años con aspecto de menos edad, llena de energía, con la frente en alto, mirada retadora, cabello rizado suelto, párpados maquillados de rosa pastel y labios delineados, acomoda la nueva mercancía de Forever, a la vez que agrega que ahora es feliz, pues el divorcio fue la mejor salida que pudo tomar.

“Si por los hijos estás aguantado —expone— es peor, mejor por los hijos sepárate. Ni por conveniencia, ni por los hijos hay que aguantar un matrimonio que no te lleva a nada. Yo pude salir adelante: tengo a mis hijos estables, vivo de manera estable, tengo un trabajo estable. Nunca había trabajado y no tengo estudios, pero salí adelante, no se me cerró el mundo”.

ALTA INCIDENCIA DE DIVORCIOS EN COLIMA

En los últimos 15 años, el estado de Colima ha registrado un notable incremento en su proporción de divorcios, colocándose siempre muy por encima de la media nacional.

Datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) revelan que durante el año 2000 hubo en Colima 13.6 divorcios por cada cien matrimonios, mientras que el promedio nacional fue de 7.4 disoluciones. En 2013, el número de divorcios en el estado se elevó a 22.2 por cada cien matrimonios. Sin embargo, 2009 ha sido el año de mayor crisis para la institución matrimonial, cuando Colima se colocó en el primer lugar nacional en este fenómeno, con 29.8 divorcios por cien uniones nupciales.


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Bertha González Carrillo es la encargada de hacer entrevistas a las mujeres que acuden por primera vez a pedir ayuda al Centro de Apoyo a la Mujer (CAM). Asegura que una de las causas por las cuales las parejas deciden separarse es la violencia, ya sea física o psicológica.

“La violencia física se manifiesta a través de golpes, empujones, etcétera, cualquier daño que se lleve a cabo físicamente, y no existe un golpe pequeño o grande, tan sólo con que sea un contacto físico, con la intención de lastimar, ya se considera violencia”.

Bertha González menciona que la violencia psicológica ocurre con mayor frecuencia, ya que se manifiesta de manera muy sutil, es decir, cuesta trabajo identificar que las personas están siendo violentadas, sin embargo, en sus emociones, están mal, deprimidas, se pierde el interés de las cosas, se sienten imposibilitadas para resolver ese problema o esa insatisfacción en la que viven. González Carrillo cataloga entonces a la violencia psicológica como insultos, humillaciones, celos excesivos o simplemente silencios.

“Los celos —explica— se convierten en actitudes que dañan a la mujer, por ejemplo, juzgándola por algo que realmente no existe. Este problema es un tipo de maltrato, el psicológico; acusándola, juzgándola, revisándole sus cosas personales, son hombres que a veces les revisan su ropa para ver si vienen de estar con otra persona, con otro hombre. Entonces eso por supuesto que a la mujer le afecta emocionalmente”.

EL PROBLEMA DEL DINERO

Mientras platica, Lucía mira a través de la ventana de la habitación. Contrajo matrimonio por las vías civil y religiosa el 19 de diciembre del 1986. “Ya tenía la edad para casarme”, dice con entereza. “Él me lleva 8 años de diferencia, yo ya tenía 25 años y habíamos estado 4 años de novios, por lo que ya queríamos formalizar”.


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El matrimonio siempre fue una burbuja de amor, pero tenía un detalle que, nadie imaginaba, ocasionaría la dolorosa separación. Javier no podía establecerse económicamente, tuvo infinidad de trabajos, fue agente de seguros, vendió leche, participó en compañías de teléfonos celulares, estuvo en empresas automotrices, siempre buscando la forma de obtener ingresos. Él quería libertad laboral y no le agradaba mucho la idea de tener un trabajo estable. En aquel momento la responsabilidad económica la asumió Lucía, trabajando por la familia y por sus hijos.

La adoración de Javier siempre han sido sus muchachos, así que buscaba darles lo mejor. “Se comprometía a comprar cosas, pero no le alcanzaba para pagar y llegaba el momento en que me embargaban, aunque yo no tuviera nada que ver, sólo por haber estado casada como sociedad conyugal. No teníamos separación de bienes, entonces prácticamente sufrimos tres embargos”.

Su mirada comienza a cambiar, sus ojos ahora son llorosos y ya no mira hacia la ventana sino al suelo. “Fueron embargos fuertes”, continua con voz quebrantada. Lucha para no llorar, así que cambia el tema hablando de lo bueno que es su exesposo con “los niños” de 20, 21 y 24 años de edad.

Le cuesta trabajo hablar sobre los tres embargos que sufrió, ya que fueron muy dolorosos y dejaron cicatrices en el corazón de toda la familia. Un poco más calmada y mirando a los ojos comienza a hacer una breve descripción de esas escenas.

“En realidad, todos los embargos me dañaron mucho. En una ocasión él había comprado unas camitas y estaba pagando, ese día le quitaron el juego de Nintendo, la televisión, todo el juego de camas, nos dejaron sin colchón, sin nada, y nuestros hijos, pequeños todavía, estaban llorando. Él decía: ‘los voy a recuperar, nada más junto el dinero y los recupero, nada más los van a guardar, nada más los van a guardar’ y nunca”

En otra ocasión la situación fue peor. Esta vez Javier le pidió a su familia que se salieran de la casa porque les querían embargar. Ellos asintieron y cuál fue la sorpresa al llegar a su hogar, “quitaron la chapa y se llevaron todo, todo lo que pudieron” dice Lucía.

“Otra vez fue cuando llegó el que iba a embargar y dijo ‘esto y eso y llévense esto’. Le digo: ‘oiga, pero es poquito lo que debe’. Y él: ‘no, no, señora, es que tiene que ser más y esto y esto’. Yo tenía ganas de tomar un machete… y me volvió a decir él: ‘se van a recuperar, los voy a recuperar, nada más junto el dinero y los recupero’, pero no fue así”.

Después del segundo embargo buscó la manera de que todo lo que comprara fuera de su propiedad y así evitar más problemas. El abogado que llevó el caso le dijo que todo estaba solucionado y no le podían embargar de nuevo, pero lo que jamás le dijo fue que el documento que le entregó lo debía llevar al ayuntamiento de Villa de Álvarez, donde se casó. Y entonces le confiscaron sus pertenencias nuevamente.

Lucía considera que la comunicación es fundamental en una pareja, “es importante que te digan: ‘sabes qué, tengo este compromiso, me resultó mal y me están cobrando’. Quizás por no enojarme o por evitar un conflicto se fueron las cosas haciendo más grandes”.

Hace una pausa para secarse las lágrimas. “A qué llorona soy, ¿verdad?”, dice a la reportera. Con la voz quebrada, prosigue:

“Fueron etapas muy fuertes, no teníamos ni para comer, ni para pañales. Por más que hacía esfuerzos en el trabajo, no me ajustaba el dinero. Después tuve que aceptar trabajos como ir a dar cursos de un sistema de automatización de bibliotecas y me iba por una semana para sacar más recursos y ni así. Y yo creo que con todo lo que yo he ganado ya hubiera tenido como dos o tres casas, pero no me permitió”

Una sonrisa forzada nace de su rostro “pero ahí vamos ya, estabilizándonos apenas”.

A Lucía le resultó complicado estar trabajando, para sostener a la familia y soportando además los embargos. Por eso fue que tomó la decisión de divorciarse y Javier, al ver la situación, lo aceptó.

Sin embargo, pese al divorcio, siguen juntos.

Lucía explica la situación: “Mientras yo trabajaba ambos turnos, Javier se dedicó a los hijos, a cuidarlos, a platicar, a atenderlos y tenían más comunicación con él que conmigo, entonces no podían admitir que nos separáramos”.


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Como en cualquier otra pareja separada, después del divorcio Javier cambió de domicilio. Lucía lo hizo con la idea de que se hiciera más responsable, buscara un trabajo y que diera un buen ejemplo a los hijos, pero no fue así. Él lloraba por sus hijos porque no los veía y cuando ella se retiraba sus hijos le abrían la puerta o le dejaban las llaves del carro para que durmiera cómodo. Después de un tiempo Javier le pidió quedarse unos días mientras encontraba una casa más cerca y ya no pudo salir de ahí.

Poco después el hombre enfermó del corazón. Tras sufrir un infarto padeció un derrame cerebral. Paralizado de la parte izquierda del cuerpo, ahora recibe todo el amor de la familia.

Lucía no entiende que falló. Le parece increíble que aunque le echara ganas al trabajo no lograra salir adelante. Sin embargo sabe que Javier la quiere mucho porque se lo ha demostrado siempre, sobre todo ahora que se encuentra en esas condiciones.

—Tú y mis hijos son primero y el último soy yo —Le dice con trabajos para pronunciar palabras.

—No, al contrario, tú eres primero para que salgas adelante —Le responde ella.
“Él me ha dicho: ‘estamos divorciados ante la ley, pero ante Dios no, ante Dios nadie nos lo quita’ y me lo ha propuesto, me ha dicho que si nos casamos otra vez”.

—¿Y lo haría? ¿Se casaría de nuevo con él?

—No sé, creo que ya hemos pasado por muchas pruebas y estamos juntos todavía. Tal vez. Sería un buen compañero para pasar la vejez. Sí me ha procurado y me dice: ‘lo que no quiero es que tú te enfermes como yo, y te voy a cuidar’, así todo mocho y como puede me dice las cosas. Yo creo que sí, sí me casaría de nuevo —afirma Lucía con una sonrisa y los ojos rojos de tanto llorar.

MALESTAR EMOCIONAL Y ESTRÉS

El psicólogo Oscar Omar Guzmán Cervantes informa que entre 30% y 40% de sus pacientes son personas con problemas de índole conyugal.

“Las parejas que he atendido siempre van queriendo rescatar el matrimonio y van a la terapia para ver si pueden reconciliarse; algunos lo logran, otros deciden separarse en los mejores términos y procuran cuidar la salud mental de los niños”
Guzmán Cervantes menciona que el divorcio es un evento vital que la mayoría de las personas procuran evitar, ya que genera un malestar emocional muy fuerte, provoca gran estrés, justamente porque la gente se casa pensando que estará mucho tiempo ahí, dependiendo de sus ideas religiosas, sus valores o principios; entonces lo ven como un fracaso y comienza un proceso de duelo.

“Este proceso —explica— lo podemos ver en etapas: la primera es de negación, después de dolor y sufrimiento, hasta que poco a poco se va aceptando y lo que fue muy desgastante, al año o dos años ya es algo superado y la gente ya tiene la posibilidad de buscar otra pareja”.

“POR ESO NO CREO EN EL MATRIMONIO”

Angélica vivió en unión libre con Eduardo por más de 5 años. “Yo no sé lo que es casarse, nunca lo hice, pero sí creo que sé lo que es divorciarse”, dice mientras conversamos en una cafetería.

“Nunca firmé un documentó de matrimonio, sin embargo, al momento de la separación si tuvimos que hacer muchos movimientos legales por nuestra hija”

Ahora cambia su semblante con una sonrisa para decir: “Mi vida en pareja fue muy afortunada, muy agradable; en general la pasamos muy bien. Bueno, yo la pasé muy bien, no puedo hablar en plural porque no lo sé del todo, pero creo que fue muy tranquila, muy agradable, fue divertido; escogimos el uno y la otra vivir juntos y tratamos de organizarnos lo mejor posible para llevarnos bien y creo que nos llevábamos bien”.

—Entonces ¿por qué decidieron separarse?

—Esa es la pregunta del millón, Mija.

“Estamos esperando que nuestra pareja sea eso que nos imaginamos y muchas veces lo que nos imaginamos no es la persona que elegimos Haz de cuenta que tú eliges el blanco y resulta que tu pareja es negro, pero no te das cuenta hasta que estás en la convivencia diaria. Y como quieres que tu pareja sea blanco, pero es negro, empiezas a tratar de pintarlo de blanco para que se convierta, pero nunca va a ser blanco el color.

“No lo conoces perfectamente como debe ser, porque los seres humanos no nos conocemos ni solos. Pienso que en mi caso fue eso, como la generación de expectativas y no poderme adaptar a lo que tenía, es decir a expectativas que no se cumplieron y una falta de adaptación a lo que estaba.”

Angélica se levanta de la mesa, tiene prisa, ya que es la jefa de producción de una estación de radio y debe preparase para los siguientes programas. Mientras se acomoda la falda dice: “El problema entre él y yo es que se rompió la comunicación, él no cree en mí y yo no creo en él; entonces tampoco te puedes poner a luchar, haz de cuenta que yo abro mi espacio y él lo cierra y, al revés, él abre y yo no lo quiero cerrar pero hace o dice algo y ya está cerrado el canal de la comunicación"

Camina un poco pero sigue hablando. “Yo creo que lo que más vale la pena es respetar al otro o la otra y aceptarlo tal como es y que dure lo que tenga que durar. Y si quieres que dure mucho, tanto tú como el otro tienen que desearlo juntos. ¿Conoces a alguien que desee lo mismo que tú al mismo tiempo? ¿No, verdad? Entonces por eso no creo en el matrimonio, Mija”.

* Estudiante de periodismo en la Facultad de Letras y Comunicación de la Universidad de Colima.



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