NOS PEGA PORQUE NOS QUIERE... (De Veronica Murguía LA JORNADA) Interesante

Verónica Murguía
Nos pega porque nos quiere
El otro día llegué a una reunión familiar y discutí con un pariente. Fue inevitable: creyó que estábamos del mismo lado en esta vida y con aire cómplice insultó por turno a 1) los maestros, “por haraganes, corruptos y revoltosos”; 2) los policías comunitarios “por violentos, corruptos y revoltosos" y 3) los vecinos que protestaban en Iztapalapa por la falta de agua. Eran, claro, “violentos, corruptos, revoltosos y cochinos”.
Le pregunté si conocía a fondo los problemas de los que hablaba, a saber, la reforma educativa, los comités de autodefensa y el abasto de agua. Me contestó las mismas vaguedades amorfas que repiten a gritos los noticieros radiofónicos y la televisión. Yo no soy especialista en ninguno de estos temas, pero prefiero informarme a refrendar opiniones ajenas. Nos hicimos de palabras.
Mi pariente usó el formato de descalificación que lo mismo se ha aplicado a las mujeres sufragistas de principios del siglo XX, a los hermanos Flores Magón, al movimiento estudiantil del ’68, a los zapatistas de antes y a los de ahora, a los pacifistas y, en general, a quien diga “no”, ahora y siempre, en este país o en la Luna.
Lo que siguió es un poco vago, porque la bilis en grandes cantidades es capaz de disolver la memoria más puntual y la mía no es de ésas. Lo único que recuerdo con precisión es que ni él, y tampoco un primo que se agregó a la conversación aunque nadie lo había incluido, hablaron mal del gobierno. “Las cosas son así. Así es el gobierno. ¿Qué esperabas?” Nomás le faltó decir:  “Nos pega porque nos quiere.”
Yo mencioné –más bien denosté– a Ulises Ruiz e intenté señalar su responsabilidad en el conflicto magisterial. Y aunque Ruiz se robó millones, y fue corrupto y represor, a mi interlocutor le parecen más dañinos los maestros, porque “han abandonado las aulas”.
Luego recordé, con vario coraje, como decía mi suegro, a Felipe Calderón. Hablamos del problema de la seguridad, del desastre de la guerra contra el narco, la propaganda del gobierno federal, en fin, de los crímenes de la administración pasada, y resultó que Calderón, con todo y los muertos que ha de cargar en la conciencia, les inspira a mis parientes menos tirria que los policías comunitarios.
La discusión se fue apagando sola, porque el diálogo resultó imposible.
Y tuve una epifanía: es más fácil para muchos culpar al de junto, al prójimo que carece de poder, a la víctima, que al causante, sobre todo si éste es poderoso o es el gobierno.
¿Qué representa aquél que es como nosotros? Quizás nuestra vulnerabilidad, la posibilidad de que lo que él padece caiga sobre nuestras cabezas, ya sea el desempleo, la violencia o la represión. No, mejor poner distancia, congraciarnos, al menos internamente, con el “orden”. Con el sistema, pues.
Esto puede parecer trivial, pero sospecho que no lo es: supongo que es parte esencial de nuestra falta de libertad y que contribuye a que todo empeore. No quiero decir con esto que el señor clasemediero que lleva cuatro horas en su coche y siente un coraje horrible contra los maestros tenga la culpa de la situación; digo que si el señor sintiera la misma rabia pero le diera espacio a la intención de conocer los dos lados del asunto, la versión oficial y monolítica tendría una resquebrajadura, una fisura diminuta, aunque, y lo dudo, el señor siguiera dándole la razón al gobierno.
Los gobernantes deben estar sujetos a nuestro juicio. Gobernar –y ese detalle es esencial aunque se olvida siempre– implica una enorme responsabilidad. Cada falta deliberada de un gobernante se traduce en males concretos: pobreza, injusticia, violencia. No es lo mismo que una señora se gaste la quincena en zapatos que no le hacen falta, por más que tenga la despensa vacía y el clóset atestado de tacones, que los cuatrocientos zapatos del esperpéntico Andrés Granier.
Pienso en el gasto obsceno de la mayoría de los servidores públicos y no puedo evitar un ramalazo de cólera, pues al robo hay que sumar la ineptitud, la holgazanería y la mentira. Así, vemos la poca falta que les hace nuestra complicidad, ni siquiera la mental.
A quienes marchan o no están conformes, a los familiares de los muertos, a los quejosos que hay tantos en este país, les debemos, siquiera, el beneficio de la duda. A quienes amenazan al tiempo que ganan fortunas, como la diputada panista Esther Quintana, hay que medirlos con la vara con la que pretenden medir a los demás.

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