FALACIAS


Seguramente, alguna vez al hablar con alguien se ha sentido impotente, enojado o frustrado porque él o ella está obligándole —de algún modo… velado, sutil, ¿o tramposo?— a aceptar sus afirmaciones.
—primera de dos partes—
Por ejemplo, cuando le dice: «Pues deberías usar el cubrebocas, porque todo el mundo lo está haciendo» o «Vas a tener que usar los guantes; si no, alguien podría decirle al jefe». Ambas frases dan argumentos, pero éstos son falaces; es decir, engañosos, fraudulentos o lesivos, aun cuando no hayan sido dichas «de mala leche», pero el hecho es que lesionan no tanto a la lógica como a la comunicación y las relaciones entre las personas. Todas las personas razonamos y manifestamos nuestros razonamientos cuando hablamos con los demás.

RAZONAMIENTOS ERRÓNEOS

Pero no siempre es la lógica la que gobierna nuestras disquisiciones; hasta en los debates filosóficos o científicos, la pasión, el deseo y el miedo suelen dirigir nuestros discernimientos. Otras veces, la distracción, la confusión o el olvido nos trampean y nos hacen caer en argumentos erróneos. A los razonamientos no válidos la lógica formal y la retórica los llaman falacia —del latín fallacĭa, ‘engaño, fraude o mentira con que se intenta dañar a alguien’— y sofisma —del latín sophisma, que proviene del griego σόφισμα, sófisma, ‘razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso’.
Usted estará frente a una falacia cuando detecte que, a pesar de la apariencia lógica o veraz de determinado argumento, éste está construido con base en una premisa falsa, errónea o ambigua, o si, deliberadamente, se utiliza una estrategia extraargumental: amenazar a la persona, tergiversar el dicho del otro, apelar a la compasión, a la lealtad hacia una tradición, a la obediencia a una autoridad, al convencimiento sobre algo que no puede convencer en sí mismo, etcétera.
Pero muchas veces incurrimos en falacias por descuido y no de forma deliberada: en ocasiones no estamos dispuestos a cambiar nuestra opinión, nos apasionamos o no contamos con pruebas suficientes para sostener lo que afirmamos, y no queremos admitirlo. Así, «cubrimos» de objetividad un problema subjetivo, nos vamos por las ramas o, simplemente, andamos en la luna de Valencia durante la disquisición, confundiendo conceptos o relaciones de causa y efecto.

DESDE LOS GRIEGOS…

Aristóteles (384-322 a.C.), fundador de la lógica y la retórica, decía que para no cometer falacias había que asegurar las proposiciones, —que son las premisas con las que llegamos a conclusiones—. En teoría, y según la lógica, si las premisas son correctas, las conclusiones serán válidas; sin embargo, el orden de lo real es muy diferente a la coherencia que la lógica propone. Tal vez usted conozca un silogismo como el siguiente:
Todos los hombres son mortales.
Pedro es un hombre.
Pedro es mortal.
Este silogismo no tiene mayor problema. Sin embargo, el que sigue… ¿qué le parece?
Los hombres tienen pelo en la cara.
Mi prima tiene pelo en la cara.
Mi prima es hombre.
Parece difícil de aceptar, ¿cierto? Pues esto se debe a que, más allá de la lógica —y más acá en el mundo de los sucesos—, las verdades y los juicios se construyen con mucha más materia que la mera lógica formal. La retórica, la semántica, la política, y varias artes y herramientas de la comunicación entran en juego en cada conversación, en cada enunciado.
El caso es que, desde que nació la necesidad de la persuasión y el convencimiento, la cultura occidental ha generado un inventario extensísimo de falacias.

Alicia Gómez Andrade cursó estudios latinoamericanos en la UNAM y, al mismo tiempo, fue maestra de kinder, asesora de maestros rurales, titiritera y pastelera. Pero lo suyo, lo suyo, es la vagancia, el cine, el baile, la conversación y, en sus ratos libres, la traducción, la corrección y la escritura.

Ahora hablaremos sobre las falacias explicando y ejemplificando las más recurrentes en la comunicación cotidiana: las no formales.
—segunda de dos partes—
Las falacias enturbian la comunicación porque son juicios que parecen verdaderos, pero no lo son. Identificarlas es útil para expresar claramente nuestras ideas y para impedir que otros nos manipulen. Basta con leer los anuncios de la calle para que empiecen a saltar a nuestra vista. Son tan usuales desde tiempos antiguos que están clasificadas en latín. La siguiente es una lista de algunas falacias no formales.

FALACIAS NO FORMALES MÁS FRECUENTES

  1. Ad baculum —que apela al báculo—: sostiene la validez de un argumento basándose en la coacción, la intimidación y en la amenaza del uso de la fuerza.
    Si no votas por quien ya sabes, vas a perder lo que ya sabes.
  2. Ad consequentiam —que apela a las consecuencias—: consiste en negar la veracidad de un argumento sólo por las posibles consecuencias negativas del mismo.
    Seguro que hay vida en otros planetas; si no, sería un terrible desperdicio de espacio—. [Tomado de la película Contacto (1997)]
  3. Ad hominem —que apela a la persona—: basada en la descalificación al interlocutor o a otra persona aludida.
    —Susana dice que Javier llegó tarde. —No le hagas caso, ella es muy impuntual.
  4. Ad ignorantiam —que apela a la ignorancia—: se dice que algo es verdad sólo porque no se ha probado su falsedad.
    —¿Que tu hermana fue abducida por alienígenas? Eso es ridículo —dijo Scully. —Bueno, mientras no puedas probar lo contrario, tendrás que aceptar que es cierto —respondió Mulder. [Tomado de la serie de televisión Los expedientes secretos X]
  5. Ad misericordiam —que apela a la lástima—: busca que el interlocutor acepte la verdad de una conclusión por piedad o compasión.
    No puede ser que mi trabajo esté mal redactado: pasé dos noches sin dormir para hacerlo.
  6. Ad nauseam —hasta la náusea—: se apela a que un tema se ha discutido tanto —hasta el hartazgo— que no vale la pena cuestionarlo.
    ¡Ay, ya, por favor!, llevamos años discutiendo esto y no llegamos a nada; mejor digamos que es cierto.
  7. Ad numerum —por número—: consiste en afirmar que cuanta más gente sostenga una proposición, más cierta es.
    Tenemos casi 4 mil farmacias en el país, ¿aún crees que los medicamentos genéricos no sirven? [Tomado de un espectacular]
  8. Ad populum —que apela al pueblo—: muy similar a la falacia anterior, también invoca al número de personas que sostienen un argumento, pero además llama a los sentimientos y no al razonamiento.
    Negar el milagro del Tepeyac sería ir en contra del fervor de millones de mexicanos.
  9. Ad verecundiam o magíster dixit —que apela a la autoridad o «lo dijo el maestro»: defiende que algo es cierto solamente porque lo ha dicho una autoridad o un personaje destacado; sin embargo, no se puede desechar por falaz un argumento cuando el personaje es un experto en la materia.
    El Papa, el mismísimo Santo Padre, ha bendecido hoy al señor Corleone. ¿Se cree usted más listo que el Papa?— [Tomado de la película El padrino III (1989)]
  10. Cum hoc ergo propter hoc —«junto con esto», «a consecuencia de esto»—: se da por sentada una relación causa-efecto entre dos cuestiones que no necesariamente la tienen.
    Ese joven usa rastas; debe de ser drogadicto.
  11. Falso dilema: cuando se presenta la situación como si sólo hubiera dos alternativas posibles, o cuando se emplean términos en disyuntiva que no son ciertos, exhaustivos o excluyentes.
    Si no te gusta el cine mexicano, es porque eres un malinchista.
Lee la primera parte del artículo en Falacias I y encuentra más información al respecto enAlgarabía 59.

Juan María Ordóñez Velasco se considera una persona de letras, civilizada y muy juiciosa, pero que pierde los estribos con facilidad, se arrebata, se apasiona y se acalora cuando discute con gente obtusa, terca o que sigue a pie juntillas los dogmas o lo que «le dijeron que es correcto». Por eso se interesó en el estudio de las falacias y otras minucias de la lógica, para, al menos, tener argumentos que callen palabras necias. Porque oídos sordos, eso sí, no es lo suyo.

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